Por: Dr. Guillermo Castro H. - Ciudad del Saber
Hay un vínculo más estrecho de lo que solemos pensar entre la cultura y la naturaleza. Ese vínculo nos viene de nuestra propia historia como especie humana, que vive y se desarrolla en una interacción incesante con su entorno natural, el cual nutre también la forma en que vivimos y expresamos nuestra vida social. Así, por ejemplo, cabe observar este vínculo en el siguiente párrafo del joven José Martí, en un artículo escrito en Nueva York para un periódico venezolano:
Vivir en estos tiempos y ser puro, ser elocuente, bravo y bello, y no haber sido mordido, torturado y triturado por pasiones; llevar la mente a la madurez que ha menester, y guardar el corazón en verdor sano; triunfar del hambre, de la vanidad propia, de la malquerencia que engendra la valía, y triunfar sin oscurecer la conciencia ni mercadear con el decoro; bracear, en suma, con el mar amargo, y dar miel a los labios generosos, y beber de aire y agua corrompidos, y quedar sano: ¡he ahí maravillas! ¡Cuánta agonía callada! ¡Cuánta batalla milagrosa! ¡Cuánta proeza de héroe! Resistir a la tierra es ya, hoy que se vive de tierra, sobradísima hazaña, y mayor, vencerla.[1]
Martí recurre aquí a imágenes del deterioro ambiental generado por el desarrollo de la ciudad de más rápido crecimiento de su tiempo para ilustrar el deterioro moral generado por una modernidad puramente utilitaria. Y se refiere a la resistencia a ese deterioro como “sobradísima hazaña”, que vista desde nuestro presente se hace mayor, al considerar a ese triunfo desde una perspectiva socioambiental.
Esa clase de desafíos ha venido a definir a nuestro tiempo, que es el entorno mayor y más trascendente para el ejercicio de la visión y el cumplimiento de la misión de la Ciudad. En ese entorno interactúan dos dimensiones interdependientes. Una es la de la biosfera, que abarca todas las áreas del planeta en que la actividad de la materia viviente actúa como una fuerza que modela continuamente al planeta. La otra es la de la noosfera, que para el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky (1863-1945), era generada por la acción humana sobre la primera. [2]
Así, la descripción del río Chagres que hiciera Gonzalo Fernández de Oviedo nos presenta un vivo retrato de aquel segmento de la biosfera del istmo de Panamá en el primer cuarto del siglo XVI. El lago Gatún, y el Canal del que hace parte, resultan en cambio de la transformación de aquel segmento en parte de la noosfera característica de la región central del Istmo de 1914 en adelante.
Desde esa relación – intermediada por los procesos de trabajo socialmente organizado de los que depende el desarrollo de nuestra especie – se facilita la tarea de comprender la crisis sociambiental que ha venido a caracterizar esta etapa de la historia del planeta Tierra, a la que llamamos el Antropoceno.[3] En ese marco, por ejemplo, cabe plantear la paradoja – solo aparente – de que en el istmo de Panamá el agua sea a un tiempo un elemento natural muy abundante, y un recurso natural cada vez más escaso.
El agua, en efecto, no es en sí misma un recurso de la noosfera, sino un elemento de la biosfera. Convertir ese elemento en un recurso demanda siempre una inversión de trabajo, tan sencilla como enviar a una niña a buscar agua para cocinar, o tan compleja como la construcción y operación de las esclusas del Canal ampliado.
Así, la producción de la noosfera es el resultado de una relación metabólica de intercambio de materia y energía entre la sociedad y la biosfera. Desde esta perspectiva, “la existencia humano-material es simultáneamente social-histórica y natural-ecológica” y, por lo mismo “cualquier comprensión histórica realista” demanda “un enfoque en las complejas interconexiones e interdependencias asociadas con las condiciones humano-naturales.”[4]
El trabajo como medio de relación con la naturaleza incluye en primer término la transformación de los elementos naturales en recursos - a los que llamamos usualmente materias primas - que pueden ser incorporados a procesos productivos encaminados a satisfacer necesidades humanas. Este concepto abstracto se torna en realidades puntuales en cada sociedad, pues en todas ellas existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango [e] influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y [que] modifica las particularidades de éstos. Es como un éter particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve.[5]
En Panamá, el foco que genera esa iluminación general es la producción de servicios a la circulación del capital en el mercado mundial, y el eje mayor que sostiene esa actividad, como sabemos, es el único canal interoceánico del mundo que funciona con agua dulce. Así, las formas más complejas de gestión del agua en la formación económico social panameña son las que corresponden a las necesidades de funcionamiento de ese canal.
En lo más esencial, esa gestión consiste en transformar el agua del río Chagres y sus afluentes – un elemento natural – en el recurso que representa el agua acumulada en el lago Gatún, utilizando para ello una infraestructura creada mediante una inmensa inversión de trabajo en la construcción, la operación y el desarrollo del Canal de 1906 a nuestros días. Ese triunfo tecnológico, al propio tiempo, opera al interior de una sociedad en la cual la gestión del agua para el Canal coexiste con formas extremadamente abigarradas y desiguales de producción y gestión de ese recurso en otros ámbitos de nuestro territorio.
El alcance de ese contraste es presentado por el economista Guillermo Chapman al referirse, por ejemplo, a los vínculos entre la productividad del trabajo y el acceso a capital y tecnología en la economía panameña, señalando que “los sectores […] tradicionales no cuentan con la densidad de capital y tecnología comparables con aquellos modernos.” Así, dice, si se comparan el Canal y la agricultura campesina, veremos que “en el primero, cada trabajador tiene a su disposición, en promedio, más de un millón de dólares de capital, mientras que un agricultor de subsistencia cuenta apenas con unas pocas herramientas de trabajo.”[6]
De este modo, mientras un extremo de nuestra realidad genera formas de demanda y producción de agua muy sofisticadas – y de costo muy elevado –, en el otro ese elemento natural es visto como un bien gratuito a disposición de quien tenga mayor capacidad para hacerlo suyo para sus propios fines. Entre ambos extremos, por supuesto, hay múltiples variantes, que van desde la gestión del agua para la generación de energía eléctrica, hasta sistemas de riego, empresas industriales y agroindustriales, y áreas sujetas a protección ambiental por el Estado.
En todo caso, la formación económico social panameña asiste desde fines del siglo XX a una expansión constante de los conflictos entre sectores sociales que aspiran a hacer usos mutuamente excluyentes del agua como recurso para la atención a necesidades diferentes. Hoy, esos conflictos van alcanzando niveles de complejidad que amenazan con desbordar las herramientas disponibles para la gestión de las diferencias que los ocasionan.
De aquí se derivan dos problemas de creciente incidencia para el futuro de nuestra sociedad. Uno, el de la necesidad del desarrollo sostenible del país para garantizar la operación sostenida del Canal. Otro, el de que la sostenibilidad del desarrollo en Panamá dependerá en una medida decisiva de la participación ciudadana en la gestión del agua, desde la formación y formulación de las políticas públicas necesarias, hasta el control social de su ejecución.
De momento, la imprevisión de nuestra primera infancia republicana choca, en nuestra madurez, con la evidencia de que postergar nunca es resolver. Hoy podemos entender que la gestión del agua debe ser atendida en su doble dimensión socioambiental que debe ser atendido en sus dos vertientes de origen.
Sabemos que cada sociedad genera su propio ambiente, y que si se desea un ambiente distinto será necesario construir una sociedad diferente. Por lo mismo, podemos comprender que la necesidad de organizar nuestra relación con el agua para hacer posible la sostenibilidad de nuestro desarrollo se vincula con la misión de la Ciudad, que busca promover la innovación para el cambio social, y estimular con ello el desarrollo de una cultura correspondiente a la visión de una sociedad próspera, inclusive, sostenible y democrática.
Ciudad del Saber, Panamá, 10 de marzo de 2023
El valor del agua es un recurso totalmente importante en la toma de decisiones de un país.